Soñé que las manecillas del reloj daban muchas vueltas alrededor de los números y entonces, oí una voz, la misma de aquella noche en la esquina, pero que esta vez me urgía: Háblales de mi amor, no queda mucho tiempo.
Yo seguía orando para que Dios me guiara y aunque predicaba en las calles y escuelas, no sabía aun lo que Dios deseaba de mí.
Tuve un sueño más: Dos hombres vestidos como árabes me urgían a sacar de un cuarto, todos los valores que estaban en su interior y en cajas empotradas en la pared. Eran joyas, monedas, brazaletes y perlas y yo corría y las ponía afuera en una manta, luego entraba por más, mientras aquellos hombres me gritaban que : Más rápido, que no pierdas tiempo, lo estás haciendo muy lento.
De pronto uno de ellos me detuvo y no me dejó entrar a aquel lugar, el cual haciendo un tremendo ruido y en medio de mucho polvo y temblor de la tierra, aquel cuarto se desmoronó, dejando un hoy profundo y oscuro hacia abajo.
En esa misma visión aquellos mismos hombres, me llevaron a un lugar en el suelo que tenía incrustados unos cajones de madera llenos de collares y monedas entre el polvo y el lodo y así, me ordenaron sacar todo lo que pudiera y lo pusiera aparte... ¡Ya!
Corriendo yo y tropezando entre los travesaños, tomando todo lo de valor que pudiera y saliendo a un lugar aparte, dejándolo allí y regresar por más.
¡Aquellos hombres me gritaban que lo hiciera más rápido y más pronto!
De pronto fui detenido por ellos y aquel lugar como de ocho o diez metros cuadrados, cayó abajo en un estrépito haciendo un gran derrumbe y dejando un hoyo oscuro.
Yo estaba triste porque no había podido sacar más.
Era una lástima.
Oré y ayuné para ver qué era lo que Dios me ordenaba.
Aunque no lo comenté con muchos hermanos, los hermanos me llamaban José el soñador.
Una tarde me acerque a una cortina en visión, y la recorrí.
Todo era blanco adentro.
En el fondo del cuarto vacío había un altar brillante.
Me encaminé hacía el altar con una pequeña taza blanca entre mis manos.
Era una taza pequeña que cabía en la palma de mi mano. Tenía borde dorado.
Me acerque más al altar y la puse encima de él.
Caminé hacia atrás, a la salida.
Y cuando volví mi rostro, vi que encima de la tacita comenzaba a caer aceite de arriba y este era blanco, blanco.
Nada me haría volver atrás.
Quiero ser lleno del Espíritu Santo, estoy en tu altar.
Úsame Señor.
Si me llenas con tu Espíritu recuperaré muchos valores para tí.
Hermano, limpia tu vida con la sangre del Señor Jesús.
¡Rumbo a Gloria!
José Carrera