Los compositores se juntaban en una casa a beber y jugar damas.
Uno de ellos, joven, se quejaba de que Juan Gabriel le había robado algunas canciones. Yo me prometí a mi mismo que Juan Ga pagaría el doble cuando yo fuera famoso... no se me quitaba lo de Chucho el roto.
Eran como las cinco de la tarde y yo caminaba a la casa del compositor.
En la esquina estaba un joven hojeando su Biblia, se llama Ricardo.
No sé que pensó cuando le pedí que me leyera algo de su libro.
Yo le preguntaba que si en su iglesia había jóvenes como él y yo.
Sin salida, abrió su libro y me dijo que Dios decía, "Dame hijo mío tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos."
¿No había yo escuchado unos días antes una voz tronante que me hablaba de camino de muerte eterna? ¿Y ahora Dios me hablaba de sus caminos?
Llorando le pedí que me leyera más.
El me decía que la ley de Dios se ata en el cuello.
Yo le pedía que me hablara del Camino, del Camino.
Me decía que tenía reunión de jóvenes y se tenía que ir.
Yo le pedí que me dijera del Camino, llorando.
Me dijo que los martes era reunión de jóvenes.
El se sentó en la banca de amero atrás y me invitó a que yo fuera al frente.
Me dijo que aunque yo no lo viera, Dios estaba allí y me escucharía.
Incliné mi cabeza y dije: Dios, hace dos semanas oí una voz como un trueno que mencionó mi nombre y me dijo que yo llevaba camino de muerte eterna, ¿Eras tú?
Quiero pedirte que me perdones, si te interesa mi vida aquí estoy, ayúdame.
Salí y el joven se quedó hablando solo.
La anciana, la tarde y el polvo eran hermosos.
Le pedí al chofer del camión que si me dejaba hablar a la gente que atiborraba el último viaje y él bajó el volumen de sus cumbias hasta apagarlo.
Señores... hace unos minutos hablé con Cristo.
Le pedí perdón al Señor Jesucristo y pienso que todos debemos ponernos a cuentas con él. Dale tu corazón cuando llegues a tu casa, hincado a un lado de tu cama pide perdón a Dios pues él te ama.
Al terminar, caminé a un asiento libre en la parte de atrás, mientras la cumbias seguían su ritmo, vi lágrimas en los rostros de algunos.
Lloré en el trayecto a casa.
Media hora después de haber aceptado a Cristo en mi corazón como mi Señor y mi Salvador, nacía un ministerio... el mío.
¡Rumbo a la gloria!
José Carrera