Dios me hizo valiente, pues cuando me rodeaban hombres armados prohibiéndome predicar, no me fui, sino predique cada vez más.Cuando llovía y tiraban piedras, los cholos queriendo atemorizarme, después se hincaban en el lodo, llorando y arrepintiéndose y al saberlo sus madres, venían y se hincaban junto a ellos.
Cuando terminé de predicar quince días en Anapra, se me acercó el Lomas y me dijo que no quería volver a verme por allí, porque me mataría.
Qué raro, todos hablan de lo mismo, yo quisiera que ya cambiaran un poco.
En realidad no supe cómo pasó.
Yo vi al Lomas que venía con un amigo de él, pero de pronto ya no vi nada.
El golpe en la mandíbula me desmayó, pues el hueso se rompió con el golpe del hierro que el Lomas traía en la mano.
Desperté cuando caía al suelo. Mi boca estaba sangrando.
La mandíbula derecha se rompió en tres partes. Cuando me estaba levantando, el Lomas corrió asustado hasta la siguiente esquina.
Estuve cuarenta días con los dientes amarrados entre sí, los de arriba con los de abajo y los de un lado con los del otro.
Claro que me enflaqué... pero después me repuse.
Oraba para que Dios me ayudara a perdonar al Lomas.
Al evangelista Tomás Hernández, también le persiguió con un cuchillo y no lo alcanzó.
Al evangelista Oscar Castro, tampoco lo alcanzó.
Al evangelista Luis Galindo, le tumbó los dientes de enfrente con una herramienta para quitar la llanta del carro.
¿Cómo se puede pedir la salvación para tamaño salvaje?
Dios a mi me ha perdonado más que eso.
Comence a orar para que el Lomas un día testificara de su salvación.
Cuando llegué un día, para visitar al hermano Juan Hernández... ¡Allí estaba! ¡El Lomas! ¡Ay nanita! Quise correr, pero me aguanté como los meros machos.
Lomas me pidió perdón, me dijo que no pensaba que yo fuera un predicador de la calle tan activo y que quería ser como yo y que quién sabe qué.
Yo le dí un abrazo y él acepto a Cristo.
Platicamos unos minutos de las cosas del Señor.
Decía que lamentaba haber golpeado a media docena de siervos de Dios.
Cuando nos despedimos, prometió que iba a predicar el evangelio.
Pasando el tiempo, el Lomas andaba predicando en la cárcel del Paso, Texas y en un mal entendido, de pronto lo pescó un boina verde y le puso una tranquiza que duró días para poder levantarse de la cama.
Fíjese usted como son las cosas: Ahora el Lomas es creyente. Pero también, el boina verde es creyente.
Muchos más han creído en el evangelio por el testimonio del Lomas y otros tantos, por el evangelio del boina verde.
¿No es esto maravilloso?
Entre conversión y conversión Dios me ha hecho valiente, yo también sigo predicando.
¡Rumbo a la Gloria!
José Carrera